26 de noviembre de 2010

Llamadas perdidas...

Tarde ventosa de otoño. Él caminaba a solas por uno de los muchos parques de la ciudad viendo como las hojas de los árboles describían círculos y espirales sobre su cabeza, mientras que sus dueños, los gruesos troncos, que custodiaban los múltiples caminos de ese desierto parque, miraban impotentes como poco a poco iban quedándose más y más vacíos.

- Vacíos como yo – pensaba mientras el palestino le tapaba la cara.

La autodestrucción no le llevaba a buen puerto, pero le daba un poco igual. Aún así esperaba que todo cambiase en cuestión de tiempo. De poco tiempo a ser posible.

Ella, por otro lado, estaba en casa tumbada en la cama, mientras escuchaba esa canción que siempre le había ayudado a sonreir. Pero en ese justo instante sonreía porque no podía oírla. Su cabeza y su mirada estaban atentas a un trozo de papel que sobresalía de la estantería. Lo cogió y se dispuso a leerlo.

Era una breve carta que incluía un pequeño cuento que firmaba alguien a quién nunca había prestado la atención que de verdad merecía.

Cogió su agenda telefónica y buscó el nombre de esa persona. Se sorprendió cuando lo encontró. No recordaba haberlo hecho. Entonces llamó.

Mientras, él caminaba con paso lento y pesado y no se dio cuenta de que su móvil sonaba, y que en la pantalla aparecía el nombre de aquella persona a la que hacía tiempo que quería. Sonó varias veces y no lo cogió. Al llegar a casa vio los numerosos intentos de ella por contactar con él. Pero no se atrevió a devolver las llamadas.

Ella se quedó pensando en el posible motivo por el que no le había cogido el teléfono. Se dijo a si misma que mañana será otro día, y se durmió con cierto malestar.

Él esa noche se sintió feliz. Para él, las cosas más sencillas, eran las que más feliz le hacían. Esa noche le bastó pensar en un par de llamadas perdidas que llevaban un nombre. Pero no un nombre cualquiera...