13 de octubre de 2010

Sí, yo también...

Hoy, es ese día en el que te llamaría, te pediría mil veces perdón y esperaría que dijeses que no pasaba nada, que todo se olvidaba. Pero es entonces cuando suena un molesto despertador, y de nuevo, una ducha con agua fría me lava la cara, un modesto desayuno y un viaje hasta el centro de estudios. Siempre igual. Es la misma rutina, el mismo hábito y quiero cambiar.”

Siempre había llevado un cuaderno encima en el que, cuando podía, sentía que lo necesitaba, o simplemente la apetecía, plasmaba sus sentimientos, ambiciones, odios o, sus cosas, como le gustaba llamarlo. Hasta que un día ese cuaderno se terminó, estaba tan lleno de deseos sin cumplir, de ambiciones insatisfechas y odios idealizados que no era feliz, fue entonces cuando pensó que lo mejor era cambiar, que no podía seguir así, llenando su vida de falsas esperanzas y deseos que nunca culminarían y empezó. Empezó, como era obvio, por lo que consideraba más importante, aunque más tarde se diera cuenta de que estaba equivocada. Él, el típico amor adolescente, idealizado y de instituto, que las traía locas a todas, y ella, una más del montón que fue armada de valor para recibir la primera estocada, el primer “no”, y volver a la tristeza.

Con la experiencia del pasado probó con las antiguas amigas, y esas dieron el segundo batacazo, había pasado mucho tiempo, todas se sentirían incómodas con su presencia, y lo peor, es que ella lo sabía. Y finalmente, intentó conseguir el “sí” con su madre, pero claro, había pasado tanto tiempo, que se le hizo tarde hasta para eso, y la muerte llegó antes del “sí, yo también te quiero”.