La oscuridad se hizo visible de nuevo. Tras los días pasados creí que ese rayo de luz aún existía pero posiblemente me equivoqué. Erré en decidir así, erré en mi actuación ante circunstancias tan obvias...
Me veo prisionero. Cadenas, largas cadenas con espinas aprietan mi entumecida piel. Estoy herido, siento dolor en todas partes, no puedo más. Solo veo un claro de luz, pequeño pero en el suelo. Y en mitad de ese claro hay una rosa, algo marchita sí, pero ahí está.
No puedo alcanzarla, aunque lo intento. Se marchita cada día más. Pero no puedo hacer otra cosa más que clavarme cada vez más profundamente los pinchos de las cadenas que llevan a mi muerte. No puedo más con este infierno.
Duermo, duermo pacíficamente, ignorando el dolor, fingiendo estar bien, pero me muero por dentro. Cierro los ojos imaginando una verde y grande ladera, al pie de una montaña, la más alta montaña que os podáis imaginar. Subo, el sudor refresca mi piel, siento el dolor en los pies, pero he llegado. Veo la cima. El sol es tapado por las nubes en el instante en que llego arriba y solo encuentro una cosa.
Ahí arriba hay una rosa, pero esta no está marchita. Está viva, roja y ardiente como las llamas de infierno, el tallo verde es del mismo color que la ladera que hay debajo. No la toco, la dejaré vivir, no la marchitaré.
Bajo la cabeza y me vuelvo para ver algo hermoso pero a la vez horrible... De pronto morí, por fin.