25 de agosto de 2010

MP3

A través de la ventanilla veía pasar las luces de una ciudad que sólo por las noches de lunes a jueves se mostraba tranquila y calmada. Como él, en ese momento.

Tal era la calma que le invadía en esos instantes que incluso la oscuridad de aquella fría noche se le antojaba agradable, acogedora. Todo ello pese a que le tenía miedo a la penumbra.

En su mp3 sonaba This Love, de Maroon 5. En esos momentos divisó a una pareja en un banco. Charlaban, pero justo cuando se detuvo a mirar sin más, como quien mira la hora, se besaron.
Se sintió solo y entonces decidió pasar de canción.

El bus empezó a moverse, pero paró al poco.
Una madre con su hijo irrumpieron en el pasillo del vehículo, y mientras ella hacia malabarismos para pagar el billete y sujetar su bolso y la mochila del chiquillo, este se puso a volar un avión de juguete que sostenía en su mano, y se dirigió hacia él. Entonces el avión se estrelló en el asiento, y cayó sobre sus piernas. Sonrió al niño y le devolvió su avión, que salió volando hasta su madre.
Mientras observaba la escena, la reproducción aleatoria de su mp3 había seleccionado como siguiente canción I Believe I Can Fly. Aprovechó entonces para cerrar los ojos y soñar por breves instantes.

Pero no lo consiguió. Sus intentos fueron frustrados por el traqueteo del autobús.

Y así hasta que llegó a su parada. Se sentía mareado y desde hacía un rato, algo solo. Pero su reproductor de música iba a ayudarle a pensar, a recapacitar, a aceptar su mal de amores. Sonaba en esos instantes Accidentally In Love, de un grupo que se hacía llamar Counting Crows. Entonces, se sentó en un banco que encontró en un parque cercano a la parada, y pensó que en realidad no sufría mal de amores, sino que ese tonto enamoramiento había sido un mero accidente, una casualidad.

Fue pues cuando decidió marchar, no sin antes esbozar una pequeña sonrisa cuando miraba al cielo, mientras en sus oídos sonaba Anywhere But Here. Se sintió reconfortado después de haber encontrado una solución, aunque fuese temporal, aunque solo le sirviese para olvidar esa noche.

19 de agosto de 2010

Hotel.

La habitación estaba desordenada, con sillas descolocadas y toallas por el suelo. Las paredes mostraban el poco mantenimiento que recibía el hotel, el techo mostraba claras muestras de humedad en todas las esquinas, y la puerta tenía reminiscencias de golpes, portazos y arañazos.


La mesilla que había junto a la deshecha cama sostenía un par de vasos vacíos que seguramente hubiesen contenido alcohol durante la noche. En la cama, yacía una bella muchacha de cabellos largos, cubierta por un edredón tan limpio que resaltaba en esa ajada habitación.

A pocos pasos de la cama, y junto a la ventana, de espaldas y a contraluz, él se encontraba de pie. Sostenía un cigarro casi consumido en sus manos, pero apenas lo había fumado. Estaba absorto mirando el horizonte desde el tercer piso del cochambroso hotel. Entonces ella despertó.

  • -Buenos días – dijo mientras se desperezaba.

Como contestación recibió un susurro con la misma frase y una sonrisa de complicidad. Seguidamente, ella se incorporó, y tapándose con el grueso edredón, se dirigió con paso lento hacia el baño.

Mientras, él pensaba en todo lo acaecido hasta entonces. Estaba inquieto, algo confuso. Había luchado mucho, por decirlo de alguna manera, por conseguir tenerla cerca, pero ahora, después de haber consumado el amor que llevaban mostrándose durante casi un mes, se sentía vacío y como un idiota, además de mal consigo mismo. Eso le dolía más que el rechazo y no sabía como lidiar con la situación.

Pero tampoco quería iniciar una farsa que implicase hacer de ella un mero objeto. No quería que se sintiese dolida, pues hacía poco que él había conseguido que olvidase a su antigua pareja. Había conseguido sacarla de un mundo inadecuado de falsas promesas que otro hombre nunca llegó a cumplir. Y no quería ser otro más.

Entonces oyó como tiraban de la cadena, y ella salió sin el edredón que minutos antes tapaba su cuerpo. Se sentó en el borde de la cama y se quedó mirándolo. Él hizo lo mismo, y cuando se acomodó en la cama, ella se tumbó y puso su cabeza en su pecho, quedando los dos sumidos en un profundo silencio.

En cambio, él no dejaba de pensar en qué podía hacer, en el fondo la quería y estaba dispuesto a acceder a sus deseos, pero él era un hombre, y como tal, seguramente acabaría guiándose por lo que le dictaba su cabeza, y no exactamente la que sostenían sus hombros...

7 de agosto de 2010

Campos

Y allí estaba ahora tumbada, en el césped que hacía muchos años, cuando aún era jóven había plantado con mis propias manos.

Ella, poseía una casa a las afueras de la ciudad a la que iba los fines de semana y las vacaciones. En esos periodos de tiempos se dedicaba a pintar y pasear, y también porqué no decirlo, a ir haciendo de aquella finca su hogar. Sus padres habían vivido en una casa de la ciudad junto a un pequeña tienda de antigüedades que regían. Hasta que un día murieron. Fue una triste noticia para Alexia, que decidió olvidar. Vendió aquella casa y la tienda y consiguió una importante suma que veía incrementada con las ventas de sus cuadros, era buena, bastante buena.

Allí, en las casa de las afueras, todo era muy tranquilo, tanto, que llegaba a ser previsible la acción a desarrollar, pero a ella no le importaba. Había encontrado una buena cafetería donde pasar las tardes, una buena librería y un par de buenos amigos también.

Pasaron años, y hasta encontró el amor. Aquel cartero pelirrojo que siempre le había llamado la atención cuando llegaba con el correo, decidió por fin hablarla, viendo que ella jamás daría ese paso.

Y fue en ese momento cuando empezó aquella amistad que para ella acabó en amor. Y pasaban los años sin que ella diera un paso adelante, sin arriesgarse, sin tomar la iniciativa. Y pasó lo que debía pasar.

Bastante tiempo después de aquel primer encuentro, llegó un nuevo cartero, mucho más jóven, aquello la asustó; Enrique jamás había faltado a su trabajo. La razón fue trágica, había muerto. Fue la primera en ir a la misa y al entierro, al igual que la única que durante muchos años llevó flores a su tumba cada una de las semanas.

Y así siguió hasta que un día se cansó, dejó de tener ganas de ir, desde hacía un tiempo no pensaba en él, aunque si lo hacía se consolaba sabiendo que su amor no se había apagado. Fue entonces cuando decidió escribir, escribir todo lo que recordara de él, todo lo que habían pasado y todo lo que ella llegó a sentir y no dijo por miedo. Y así fue hasta que ella, también, murió.

Es una pena que nadie escribiera las memorias de Enrique contando el amor por una tal Alexia, que nunca lo llegó a saber.

3 de agosto de 2010

Héroe.

Cogió su abrigo y salió a la calle.

Tenía los ojos rojos por la excesiva cantidad de humo del local y la cabeza le daba vueltas. Se encontraba aturdido, pero no había bebido. La noche no había ido mal, pero tampoco había sido la mejor de todas.

Comenzó a bajar la calle buscando una parada de autobús que le acercase a su casa o le llevase lejos de allí mientras en su cabeza aún retumbaba la repetitiva música del local que había dejado atrás.

Las calles estaban menos vivas y animabas de lo que pensaba, seguramente por el frío que hacía, y para colmo, no sabía donde iba exactamente.

Y como era de esperar, cuando llegó, el bus echaba a andar, dejándole tirado en el centro de una ciudad que pocas veces había visto tan vacía de noche. Pero bueno, no le preocupaba, y decidió sentarse a esperar mientras hundía su cabeza en el abrigo y metía en los bolsillos las manos con la esperanza de que se le calentaran un poco.

Intentaba no cerrar los ojos y mantenerse alerta ante posibles personas ebrias que perturbasen su calma, se dió cuenta entonces de que en la acera de enfrente, dos figuras no muy corpulentas rodeaban a una muchacha que no sabía que hacer para evadirse de esa incómoda situación. Él pensó que la dejarían en paz, que seguirían su camino. Pasaba de entrometerse. Pero no fue así.

Al cabo de cinco minutos se levantó y cruzó la calle, plantándose detrás de aquella pareja de machotes. Pretendía salvarle la noche a aquella muchacha. Quería ser por brebes instantes el héroe. Entonces, interrumpió el acoso con un carraspeo. Cuando se dieron la vuelta, le parecieron más grandes y anchos que hacía un par de segundos.

-¿Qué coño quieres? – preguntó uno de ellos, echándole a la cara un aliento que dejaba mucho que desear.

-Que dejéis de molestar, – contestó él – no creo que quiera seguir hablando con vosotros.

Y sin que le diese tiempo a decir nada más, un puño se incrustó en su estómago, llegando antes que las razones por las que darlo, y le dejó sin aire momentáneamente. Estaba en manos de un profesional.

Mientras, la muchacha había echado a correr, y por suerte la pareja de ibéricos marcharon, no sin antes darle una patadita en las costillas.

Le costó incorporarse.

Cuando lo hizo, notó una punzada de dolor en el costado izquierdo, y no había rastro de la mujer a la que había ahorrado un posible disgusto. Y para colmo, su autobús estaba pasando de nuevo a sus espaldas.

Veinte minutos después, una vez caliente dentro del esperado vehículo, se sentó dolido y cerró los ojos. No pudo evitar sacar una sonrisa pensando en lo estúpido que había sido al soñar con una mujer que tras los golpes, le consolase en el suelo.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que las películas, muchas veces, no son más que eso, películas.