11 de febrero de 2011

Muchachos...

Nosotros, muchachos ahogados en una fría sociedad, navegamos en la rutina con un rumbo definido, sin apenas consciencia de nuestras propias decisiones, en ese mar de sombras, nos mantenemos al margen y vivimos. Vivimos ilusos e indefensos, vivimos creyendo que tenemos libertad, pero la realidad es muy distinta y habita tras un muro, el de la ignorancia.

Nosotros, los jóvenes, el futuro y piedra angular del sistema, tenemos la necesidad de subsistir y crear un mundo nuevo, lleno de alternativas, de nuevas ideas, de sueños realistas.

En un rincón de mi alma se alberga ese sentimiento, el de querer cambiar el mundo, soñar con otra realidad, que no esté sujeta a la miseria, a las injusticias, a la sombra de las cadenas. Yo y mi utopía caminamos a diario a contracorriente de esas ilusiones y plasmamos juntos al resto nuestro pensamiento, y junto con otras utopías compartimos esos deseos, nos sentimos aliviados de no estar solos, y por eso, seguimos en pie.

Sin los sueños, nuestra vida está truncada, atada y sin fuerza. Los sueños son la luz que alumbra el camino, la fuerza que mueve nuestras vidas, por eso, cada vez que tengo un sueño, lo escribo, lo reflejo y lo comparto, lo manifiesto e intento que sea el motor de mi existencia, lo dejo que me dirija hacia el destino. Sé que los sueños no dan nada a cambio, pero yo, creo en ellos.

Ayer mismo soñé con una realidad sin sueños, triste y sombría, sin apenas ilusión, tenía como dueño a un capitán oscuro, lleno de repudio a la libertad y a la libre expresión del ser humano, ese capitán tenía en su poder un faro, del cual solo dejaba ver la luz a una parte del sendero, y todos los tripulantes le seguían sin represalias y sin apenas contradicciones. El capitán caminaba y caminaba con su faro y mantenía siempre firme el espacio que alumbraba, y las gentes, presas a su disposición, siguieron a su capitán hasta que un día, el faro quebró de su mano y el sendero dejó de ser iluminado, la tripulación perdió el rumbo, abandonados a la deriva.

Sé que el faro del capitán nunca debería existir, pero la verdad es que está presente en nuestras vidas, por eso debemos abrir bien nuestros ojos y ver más allá del horizonte y no dejarnos guiar por el faro. Nuestra luz deben ser los sueños y estos nunca deben ser apagados, debemos tomar el mando de nuestro rumbo y crear más luz para nunca perdernos. Debemos ser libres y tener sueños.

26 de noviembre de 2010

Llamadas perdidas...

Tarde ventosa de otoño. Él caminaba a solas por uno de los muchos parques de la ciudad viendo como las hojas de los árboles describían círculos y espirales sobre su cabeza, mientras que sus dueños, los gruesos troncos, que custodiaban los múltiples caminos de ese desierto parque, miraban impotentes como poco a poco iban quedándose más y más vacíos.

- Vacíos como yo – pensaba mientras el palestino le tapaba la cara.

La autodestrucción no le llevaba a buen puerto, pero le daba un poco igual. Aún así esperaba que todo cambiase en cuestión de tiempo. De poco tiempo a ser posible.

Ella, por otro lado, estaba en casa tumbada en la cama, mientras escuchaba esa canción que siempre le había ayudado a sonreir. Pero en ese justo instante sonreía porque no podía oírla. Su cabeza y su mirada estaban atentas a un trozo de papel que sobresalía de la estantería. Lo cogió y se dispuso a leerlo.

Era una breve carta que incluía un pequeño cuento que firmaba alguien a quién nunca había prestado la atención que de verdad merecía.

Cogió su agenda telefónica y buscó el nombre de esa persona. Se sorprendió cuando lo encontró. No recordaba haberlo hecho. Entonces llamó.

Mientras, él caminaba con paso lento y pesado y no se dio cuenta de que su móvil sonaba, y que en la pantalla aparecía el nombre de aquella persona a la que hacía tiempo que quería. Sonó varias veces y no lo cogió. Al llegar a casa vio los numerosos intentos de ella por contactar con él. Pero no se atrevió a devolver las llamadas.

Ella se quedó pensando en el posible motivo por el que no le había cogido el teléfono. Se dijo a si misma que mañana será otro día, y se durmió con cierto malestar.

Él esa noche se sintió feliz. Para él, las cosas más sencillas, eran las que más feliz le hacían. Esa noche le bastó pensar en un par de llamadas perdidas que llevaban un nombre. Pero no un nombre cualquiera...